Hace ya algunos años de mi paso por la Escuela de Ingeniería. Supongo que ya esos muros no se acordarán de mi, yo por mi parte hago lo posible por olvidarlos.
La principal función de ese Templo del Saber que es la Universidad es la enseñanza teórico-práctica de cómo comer pollas intelectuales, a docenas y sin rechistar. Las universidades, o al menos la Politécnica, son una inmensa máquina castradora de imaginaciones, extirpadora de ilusiones. La universidad es una indsutria alimentaria que coje el pollo, lo despluma, lo escalda, lo vacía de todo lo inservible para servirlo, ya asadito y en su bandeja para que el mercado laboral lo devore hasta los huesos.
Entre los pocos recuerdos dignos que conservo de mi paso por esa fábrica de inadaptados dóciles fue el intentar promover en mi escuela, y quizá por extensión a toda la politécnica, una versión ingenieril del conocido juramento hipocrático de los médicos.
Al igual que los galenos, nosotros hemos recibido una formación que es fruto del contínuo esfuerzo humano por conocer, controlar y modificar el medio en el que vivimos. El (muy limitado) saber que hemos aprendido viene de una interminable cadena humana de pensamiento y experimentación, y ese saber lo hemos de revertir, de devolver a su dueño original: la humanidad. Así, sería ilegítimo trabajar en la industria armamentística, o cualquier otro sector cuyo fin no sea el de mejorar la vida de las personas, sino el de causar dolor y muerte.
Sabía que eso sólo sería un formulismo, una ceremonia sin ninguna obligación jurídica, y sin embargo me parecía interesante promoverlo, pues marcaría una serie de principios en el desarrollo de la profesión. El ingeniero que los transgrediera, al menos recibiría una condena moral de sus colegas de profesión.
Después de pulsar la opinión de algunos profesores a los que guardaba cierto respeto, y algunos compañeros, los muy pocos a los que pensaba que la idea no les iba a resultar completamente indiferente...decidí abandonar el proyecto aún antes de haberlo iniciado.
No porque la idea no fuera buena, que aún creo que estaría bien. Sino porque además de la cara de extrañeza que me dedicaban al comentárselo, recibía a continuación miradas indulgentes de "pobre ingenuo".
Y claro, uno que entre sus muchas virtudes sabe que no se encuentra la ingenuidad (ya me gustaría), decidí dejarlo correr o pondría en duda mis intenciones pacifistas. (era ver al catedrático y entrarme ganas de hacerle comer su puto cenicero hecho con un pistón de Talgo).
¿Todo esto a cuenta de qué coño venía?
¡Ah, si! De las armas de destrucción masiva, y su producción en España.
No me refiero a las bombas NBQ, sino a las armas ligeras, así como a las minas antipersonas.
Lo que causa millones de muertos al año no son los cazas, ni los tanques, ni las bombas ni los misiles, tengan carga convencional o no. La mayoría de las muertes violentas en el mundo lo fueron por arsenal ligero (pistolas, fusiles de asalto, lanzagranadas...). Más de medio millón al año, una por minuto...
Repartidas por todo el mundo, de la misma forma que las setas que sólo nacen en terrenos turbosos muy pobres, esas armas son más frecuentes en las zonas más miseralbles del planeta (África, Ásia central y Medio Oriente).
Una de las cosas que me causa extrañeza es...qué hace un crío harapiento, con cara de no haber comido bien en su vida, con una ametralladora que en el mercado oficial cuesta hasta 9000$ y en el mercado negro ni se sabe (no el AK-47 del niño de la foto, que es mucho más barato).
Si ese adolescente vendiese lo que tiene entre las manos, se podía comprar una casa y unas tierras para cultivar sin tener que deberle nada a nadie. Si tuviera que comprársela él mismo, tendría que trabajar el doble de años de los que tiene. De hecho, una bala cuesta más que lo que él gana en un día.
¿Quién le pone ese arma en las manos? ¿De dónde sale todo ese dinero en un país en el que la mayoría del intercambio comercial es aún de trueque? Esas guerras se hacen por el control de los recursos naturales, eso es evidente. Pero además, las gerras, en sí mismas, constituyen un lucrativo negocio para las naciones exportadoras.
¿Y cuales son esas naciones exportadoras? Los países ricos, naturalmente. Los que no tienen ni maldito interés que esas guerras terminen. A decir verdad, la mayoría de los bienpensantes de los países ricos ni siquiera saben que existen, así pues pueden seguir con sus conciencias tranquilas y tener buenos sueños. El telediario no saca más que lo que ocurre en Iraq y Palestina, y eso si un partido de la selección, un natalicio real, o la muerte de una folcklórica no monopolizan todo el "informativo". Al fin y al cabo, son negros, y los negros, salvo cuando botan un balón o se calzan unas zapatillas de atletismo...sólo aparecen en nuestros televisores cuando son niños con la tripa hinchada y la piel pegada a los huesos, o cuando son adultos con chanclas, bermudas raído y un tremendo fusil de asalto de un negro inmaculado. Y eso ya, no vende en las televisiones (aunque sigue habiendo hambrunas y guerras).
También hay otra especie de negros, los de las alambradas y los cayucos. Pero esas noticias no venden por sí mismas, sino porque nos atañen, porque los vemos cerca a nosotros. Saltan del cayuco y se ponen a vender gafas y cinturones, o a arruinarle la vida al pobrecito hijo del Fari, vendiendo copias de sus discos.
Otras veces he hablado de la inmensa influencia de la industria armamentística, por ejemplo en éste artículo sobre la Lockheed Martin. Si no os suena este nombre os tendré que refrescar la memoria:
Sin embargo, hoy no quiero hablar de esa gran industria que construye monstruos tecnológicos cuyo único fin es el de no ser jamás utilizadas (excepto, claro está por Estados Unidos en sus periódicas catarsis bélicas para tener ocasión y excusa de renovar sus arsenales).
Hoy quiero tratar de esa industria de muy inferior capacitación tecnológica, como las minas antipersonas, o las armas ligeras. Un negocio que sin llegar a las inmensas cifras de aviones, carros, submarinos o portaaviones, no deja de ser lucrativo, por el enorme mercado que existe.
Cualquiera es capaz de manejar hoy día un arma automática. Son ligeras, precisas, de simple mantenimiento...hasta un niño sería capaz de disparar con ellas.
Éstas son las verdaderas armas de destrucción masiva, éstas son las que, junto con las periódicas hambrunas y el SIDA están desangrando África.
Este es el comercio repugnante al que me gustaría poner coto, o que, al menos, ningún compañero mío facilitara con lo que se le enseñó en las aulas. Me da nauseas pensar que siquiera una ínfima parte del bienestar que disfruto en este mi avanzado país, es debido al comercio con la sangre de un continente. Fácilmente renuncio a mi cuota de bienestar, y asumo unos cuantos cientos de parados más en el INEM, por saber que el estado del que soy (me han hecho ser) parte no hace negocio con la vida de pobres.
Eso sí que me enorgullecería, y no por el gol de un payaso vestido de rojo, que no sabe hablar ni tan siquiera en un idima, y que se supone que me representa a pesar de representar todo lo que yo odio.
Bueno, después de un paseíto por la página de Intermón Oxfam, os dejo unos cuantos enlaces, a cual más vergonzoso. Ni aunque la selección metiera 20-0 a Brasil, y Alonso doblase a Schumacher en la tercera vuelta...me serviría para quitarme la vergüenza de saberme español, y por lo tanto cómplice de este comercio vergonzoso.
España es el principal exportador mundial de municiones al África subsahariana
España viola el código de conducta de la UE en el 40% de los destinos de exportaciones de armas
El Gobierno español exporta obuses a países africanos como munición para caza (esta sí que es divertida, eh?).
Para ilustrar, por si alguien no sabe lo que es un obús:
Debe ser que aún quedan Diplodocus en el Sherengeti...
Para terminar, recordar que medio mundo está sembrado de minas antipersonas de fabricación española (creo recordar que de una empresa vitoriana), y que España seguía exportándolas después de firmado el tratado de prohibición de estos ingenios (tratado que se queda en papel mojado al no haberlo firmado ni EEUU, ni Rusia, ni China, ni Israel...).
Sería curioso enterrar alguno de sus "inventos" en el jardín del chalet del bastardo que hace negocio fabricando estas minas, así como del mierda de ingeniero encargado de la producción. A ver quién se quedaba sin piernas, su mujer, su hijito, el perro...
¿Patrocinarán esas empresas a esta selección? A por ellos, oeeee; a por ellos oeeeee.
19 de junio de 2006
Si Hipócrates hubiera sido ingeniero
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