11 de abril de 2007

La eucaristía



El cardenal Rouco Varela ve mal que en una Iglesia de su feudo se de la comunión con rosquillas y magdalenas. Y hace bien, pues en el Catecismo de la Iglesia Católica queda bien claro que sólo se puede consagrar en la eucaristía vino de uva y pan de trigo sin levadura.

Es evidente que, si se mantuvo inflexible ante las peticiones de los fieles celíacos que se vieron privados así de un sacramento que se supone salvífico, no iba a permitir que ese grano que tenía en el culo de su diócesis siguiera escandalizando y cuestionando los pilares de la institución.

Es curioso como los doctores de la Iglesia no se han percatado de lo que el vulgo entiende y usa de forma natural al expresarse: la comunión no es reparto de alimentos mágicos, sino comunión de ideas y de voluntades. Así, decimos que no estamos de acuerdo con tal grupo diciendo que no comulgamos con ellos, o con lo que nos cuentan.

La Iglesia, como en otras tantas cosas, tiró el vino y se quedó con el brillo de la botella. A guardado el rito, el envase, las formas; no entiende que lo importante no es el hecho de comer pan ácimo de trigo, pues muy probablemente ni el mismo Cristo repartió a sus amigos pan amasado con harina de ese cereal (podría haber sido de cebada, de escanda...), lo cual llevaría a decir que según la doctrina de la Iglesia Católica, la Última Cena no fue una eucaristía válida).



Los jerarcas han entendido que si el chamán de la aldea coge pan (pan ácimo de trigo, como pudiera ser cola de lagarto cogida en plenilunio) y le hace unos pases mágicos, se convierte por arte de birlibirloque en cuerpo y sangre de la divinidad, que confiere poderes sobrenaturales y participa de su santidad.

O la Iglesia nunca ha entendido nada, o es que como dicen algunos, se creó la Iglesia para asegurarse de desactivar el mensaje cristiano y que nadie entendiera nunca nada.

Lo importante de la eucaristía no es hostia ni el copón, eso es una chorrada. Al leer la narración que los evangelistas hacen de la Última Cena, parece evidente que el Cristo, presintiendo su muerte, les pide que le recuerden y conserven su mensaje. La comunión es comunión de ideas, una reunión entre hermanos en la que se comparten los alimentos y las esperanzas de salvación. El pan y el vino es una simplísima metáfora para referirse a la comida y la bebida, podrían haber sido cualquier otros.

Así, en strictus sensi, la eucaristía que celebraban los curas barbudos de Entrevías era verdaderamente una eucaristía si en ella se reunían creyentes con una intención de recordar al Cristo y seguir sus enseñanzas. Que hubiera o no alimentos es lo de menos, pues eso es sólo el símbolo. Hoy, en una sociedad con anoréxicos, bulímicos y obesos quizá no tenga mucho sentido, pero en una sociedad en la que la comida de mañana no estaba asegurada, compartir el pan era una muestra de solidaridad y hermandad. Partir el pan era un símbolo muy poderoso que cualquiera que quisiera entender, entendía.

Habría que preguntarse si son verdaderas eucaristías las que cumplen el rito según la ortodoxia católica. Una fila de fieles recibiendo el alimento mágico en silencio, ordenadamente, antes de irse cada uno para su casa. Nada se comparte, no hay fraternidad, no hay comunicación. El cura da las hostias, el cura habla, el cura dirige. En vez de tejerse una red de relaciones, sólo existen los hilos (cadenas) que unen a los súbditos o fieles con la institución.

En las iglesias no existe comunión, sólo rito. Las pocas veces que (creo que las cuento con los dedos de la mano) me dieron la comunión, en modo alguno fue un acto de hermanamiento. Fue el cumplimiento de un rito al que ya de pequeño me rebelé por considerarlo absurdo. En los templos hace milenios que sólo queda superstición, ritual, superchería.

Unos añitos más tarde sí que comulgué, muchas, incontables veces. Comulgué con unos litros y unos porros. O con kalimotxo. O si alguien estaba bien de pasta...

Eso era una verdadera comunión, de cariños, de confianza, de penas, de agobios y de risas. Los porros se rulaban y, si alguien no tenía para poner para los litros, el máximo reproche era ir a la bodega a pillarlos. Yo comulgué con mis colegas, pues ellos eran mi familia. Y no se nos ocurrió divinizar el costo ni la birra (aunque a veces nos postrábamos en la hierba del parque para adorar, al otro lado del Manzanares, los enormes tanques de la antigua factoría de Mahou). Y es que sabíamos que eran sólo la excusa, el ritual. Que lo importante, lo que nos aseguraba pasar una buena noche de Sábado, era estar juntos.

El porro no se pide, se pasa.

Toda una lección de vida que aprendí de muy cani. En una frase tan simple, toda una filosofía contemplativa de la vida. Un compañerismo, una relación fraterna y generosa con los demás que aprendí sentado en el banco del parque con los colegas (prácticamente todos ateos).

Haría bien Rouco en aprender de sus curas barbudos, que practican una religión de hombres y no un ritual vacío para ángeles o bestias (son lo mismo, ninguno tiene voluntad). Aún dos mil años después, los fariseos no han comprendido el mensaje del Cristo, y se han quedado con los ritos, con la institución, con la jerarquía. con la botella.

No tengo ni idea de si existe un Dios, lo dudo. Pero de existir, Rouco y compañía tendrán que explicarle algún día porqué han secuestrado su nombre para usarlo de ariete contra aquellos que no están a su derecha política. Empleando la receta de las lentejas escolásticas (si quieres las tomas...), han dejado fuera a todos los que no comulgaban con su Dios, el Dios que bendice los cañones y sirve de coartada para justificar los gloriosos alzamientos y sus crímenes.

Han utilizado a Dios como el ventrílocuo a su muñeco. Pretendiendo hablar en su nombre, han hecho que Dios hable con su voz. Y ante esta voz, machista, homófoba y reaccionaria, han provocado que la sociedad torciera el gesto ante la religión, y los templos se vaciaran.




Quizá esta sociedad necesite un punto de religiosidad, de espiritualidad. Con o sin Dios, pues no es necesario Dios para que exista el espíritu ni la religión. Pero habrá de ser una religión sin dogmas, sin tradiciones, sin sacramentos, sin trágalas. Sin esperpentos de Semana Santa, sin beateríos, sin supersticiones, sin rezo a los santos para que llueva, sin adoración al santo coño no reventado de la Virgen. Sin instituciones, sin concordatos, sin clero y sin grey, sin excomuniones ni herejías, sin púlpitos, sin exorcismos, sin ritos. Una religión sin reprimidos sexuales ni obsesos, sin virginidad ni obscenidades, sin tabúes ni fijaciones, sin mantilla ni rebeca.

Ni profetas, ni santones ni iluminados. Las oraciones al incorrupto prepucio de San Cucufato sobran. Ni verdades reveladas ni libros sagrados. Sin simonía ni proselitismo. Ni guerras santas ni estados teocráticos.

Sin confesionarios, ni escapularios, ni incensarios. Sin papas infalibles ni madres superioras. Ni ayuno ni abstinencia; ni diezmos, ni concordatos. Ni pecado original ni abluciones. Sin huríes ni demonios. Ni magia, ni brujería, ni ritos atávicos.

Si a las religiones milenarias les quitas la apariencia y la superchería, los ritos y los mitos ¿qué es lo que queda de racional? Lo que quede de ellas, si es que queda algo, es lo único que merece ser conservado. El resto, error y confusión, a la basura de la historia.

Las religiones tuvieron un tiempo, un sentido. Cuando empezaron a nacer los estados, se necesitaba a un Dios que sancionase el poder y las leyes. Hoy la sociedad no necesita que el Código Civil sea otorgado por un Dios, nos lo damos nosotros mismos. Los políticos gobiernan por nuestra gracia, y no la de Dios. La religión institucionalizada ya no nos sirve, es una losa sobre nuestra conciencia, un ancla sobre nuestro desarrollo, una rémora para la sociedad.

Sería interesante ver nacer una religión de personas y para personas, libre de supersticiones y dogmatismos. Una credo que no sólo respete la libertad de conciencia sino que nazca de la libertad de conciencia. Un pensamiento que admita una realidad trascendente, pero que reconozca con humildad que no es posible probarlo y, por lo tanto, sería un crimen imponerlo y una hipocresía enseñarlo.

Una religión para cada persona, un bote y un timón para cada hombre libre. Caminos en la mar para llegar a un mismo horizonte.


La única iglesia que ilumina es la que arde


O, en una versión más temperada y respetuosa con nuestro patrimonio:
La única iglesia que ilumina, es la reconvertida en biblioteca

7 comentarios:

Un barquero chiquitito dijo...

Me ha gustado. Lo cojo para mi blog. ;-)

(joder con la verificación de la palabra de los comentarios :-o)

Anónimo dijo...

Yo que venía a decirte que te he fusilado la entrada, y ni siquiera soy la primera ;)

Un barquero chiquitito dijo...

XD

Anónimo dijo...

Hace tiempo que me parece que la religión católica no se cuestiona el verdadero significado de sus ritos. Por eso, creo que son los primeros responsables de que sus fieles se vuelvan ateos.

Muy buen post Mendigo, comulgo contigo en todo!

(el "mate" también se pasa, no se pide y no se agradece ;-) )

Anónimo dijo...

Te ha quedado genial, sobre todo la segunda parte sobre la nueva religión, je, y te lo dice un ateo.

Campu dijo...

Menos mal, que entre tanta incomprensión y lejanía de la realidad más cercana, encontramos a algunas personas dispuestas a ayudar y a hacer partícipes, de lo que debería ser La Iglesia, a quienes desean colaborar, compartir, y ser solidarios con los demás...

¡Bienvenido Mendiguiño!

Mendiño dijo...

Coño! Pues...gracias. Al final, me voy a ruborizar.

La verdad, dudaba si colgarlo o esta vez se me había ido la mano y había escrito demasiadas chorradas.

Por cierto, lo del mate...aún no entiendo cómo podéis tomarlo sin azucar. Ya sé, ya sé...he dicho la mayor herejía. Será que soy muy goloso...

Campu, no es por dar envidia, pero mejor te sería decir "hasta pronto". Pasado cogemos carretera y manta. 5000Kms entre pecho y espalda...uooooooo!!!!!