21 de julio de 2007

El rico es ladrón...

...o hijo de ladrón.

Aviso: Querido lector, antes de empezar mira la extensión de esta entrada y, si no te sientes con fuerzas para afrontar su lectura, te sugiero que leas el resumen que hice de la misma.

Planteamiento:

Una de las curiosidades de la política española es que hay muchas personas que se apresuran a decirse de izquierdas; sin embargo, casi nadie dice que es de derechas. Y sin embargo, ganan elecciones.

La gente de derechas dicen que no son ni de derechas ni de izquierdas, de centro...y así votan a partidos de centro reformista como el PP o apolíticos, sin ideología y a mucha honra como Ciutadans.

Así, mientras en la derecha sienten vergüenza de llamarse por su nombre (es comprensible), existen muchos que se quieren subir al carro de la izquierda. Con tanto lío, con una derecha en la que no están ni muchísimo menos todos los que son, y con una izquierda que ni por asomo son todos los que están, tenemos que recurrir a algún método fiable para discriminar a qué lado de Dios Padre se sienta cada uno.

Yo, para ello, uso el equivalente político a la prueba del algodón del mayordomo del anuncio (que luego jubilaron por un jovenzuelo, lástima): la política económica. El liberalismo económico es el sistema económico de la derecha (la relación no es unívoca, también se puede ser de derechas y defender un fuerte intervencionismo, véase la Repúbica Popular China).

Podemos definir izquierda política como el conjunto de teorías políticas que tienen por objeto lograr la emancipación del género humano, la superación de las desigualdades e injusticias que se dan en las sociedades primitivas, estratificadas en clases sociales impermeables. El fin de la izquierda es el fin de la política: el bien común. La derecha, por el contrario, tiende a mantener los privilegios de unos pocos, prometiendo, para vender su mensaje a los más, las migajas del festín.

Si aceptamos esta definición, hemos de convenir que, desde la muerte del dictador, todos los gobiernos “democráticos” que se han sucedido en España han sido de derechas. A los anuarios me remito: la desigualdad de rentas en España ha ido creciendo en todos los gobiernos, y nunca lo había hecho tanto como en esta última legislatura.

La Constitución Española es un conjunto de tiras y aflojas para contentar a derecha, extrema derecha militar e izquierda. Hoy en día, sólo tienen relevancia los artículos impuestos por la derechona fascista: los artículos segundo y octavo. Sin embargo, los artículos sociales son usados todos los días en los excusados del Parlamento para la higiene íntima de sus señorías. Me refiero al derecho a una vivienda digna, pero también al constitucional mandato de la redistribución de la riqueza (por no hablar de la soberanía económica del Banco de España, cuando hace casi una década que dependemos del Banco Central Europeo; aunque a nadie se le pareció conveniente recordar la inconstitucionalidad de la entrada en el Sistema Monetario Europeo).

Si cada vez la diferencia entre ricos y pobres es mayor, quiere decir que las políticas económicas emprendidas por los diferentes gobiernos han sido inconstitucionales. No sólo no ha existido tal redistribución, sino que el flujo de capital ha sido en el sentido natural, es decir, del que menos tiene al que lo tiene todo.

Es el instinto del dinero. Aunque el dinero ni tan siquiera es una realidad tangible, sino que es sólo una idea (es un convencionalismo el que sostiene el valor fiduciario de un billete de banco), se podría decir que posee ciertos rasgos de ser vivo: tiene un instinto gregario, y si otras fuerzas no lo impiden, tiende a concentrarse en cada vez menos manos, cada vez más poderosas. Se podría hablar de una teoría gravitacional del dinero, en el que los capitales son atraídos en razón al producto de sus cuantías.

La política económica es la base para cualquier idea de Estado, ya que ella dará forma a la sociedad. No se puede esperar que salgan ciudadanos libres de un sistema económico que los condena a la esclavitud (por deudas).

Por mucho que se digan de izquierdas, los socialdemócratas no son más que los sacerdotes del liberalismo económico perfeccionado: se mantiene al populacho entretenido con las sobras de la mesa, e incluso se le vincula de una u otra forma al mantenimiento del sistema (propietarios de pisos, algo así como el deseo del filofascista Henry Ford de que sus empleados pudieran llegar a comprase el puto Ford T), y de tal forma anestesiada y embrutecida la población es posible que todo siga eternamente igual. El capitalismo ha aprendido el oficio del resinero: no se le puede quitar toda la savia al pino para que siga dando en años venideros. No se puede deslomar al burro o matar de hambre a la bestia, hay que dejar la tierra en barbecho y que a la oveja la crezca la lana en invierno.

Digamos que la socialdemocracia es el capitalismo que ha dominado su voracidad para mejor explotar a los trabajadores. El dinero va aprendiendo para chupar la sangre humana de forma cada vez más perfeccionada: como la saliva de los vampiros, nos anestesian mientras nos desangran.


Rechazo de plano cualquier política que asuma el sistema, y sólo plantee parches y remiendos para cubrir las injusticias consustanciales al mismo. Creo que existe otra forma de analizar los problemas y de buscar las soluciones, en vez del servil acatamiento del status quo.

Por otra parte, rechazo con la misma firmeza aquellos que, encontrándose en la izquierda, la drogan con la promesa de la llegada del Redentor. Con sus camisetas del Che y sus chapas de Lenin, anuncian la pronta llegada del Día del Juicio Final, en el que el reinado del Capitalismo llegará a su fin destruido por sus propias contradicciones internas y, de esa debacle, surgirá el nuevo estado socialista. Con trompetas de ángeles, como en Jericó, añado yo.

Sería bonito, pero por ahora el moribundo goza de una salud envidiable y, la verdad, los que veo achacosos somos precisamente nosotros. Cada vez está más fuerte y, si es verdad que ha trastabillado en otras ocasiones, e incluso ha caído, ha sido para levantarse cada vez con más fuerza.

Si tenemos que esperar a que el capitalismo colapse, mejor montamos una fábrica de sillas.

Los que gustan más de la acción que de la reflexión hablan de tomar el poder por la fuerza de las armas. Además que el uso de la violencia me parece despreciable y sólo legítimo cuando es el último recurso y para evitar un mal mayor (como el mantenimiento de una situación de injusticia criminal); hoy en día la toma del Palacio de Invierno o incluso la pertinaz y en ocasiones cerril oposición a un levantamiento militar estaría condenada al fracaso en cuestión de horas.

La efectividad del armamento moderno es tal que ni tan siquiera una inmensa superioridad numérica sería suficiente para equilibrarlo. Quien posee las armas de guerra posee el poder y absolutamente todas las posibilidades de victoria (que se lo digan a los palestinos). Así que mejor, olvidémonos de aventuras épicas: las próximas revoluciones no se harán con el machete, ni con la espingarda, ni con el kalashnikov: se harán con la pluma y el papel. Y el campo de batalla, más que probablemente, será éste: la red.

No sólo hay que tener ideales, también ideas de cómo llevarlos a cabo. No se puede entender la imposición de un sistema socialista en nuestra sociedad sin que antes haya una revolución cruenta. Si hace setenta años, con sólo promover la educación laica y empezar a hablar de reforma agraria, pasaron las cadenas de los carros del fascio por toda la península...¿cómo se espera poder establecer una economía dirigida sin que los militares vuelvan a inundar de sangre los campos y calles de España? Por proponer mucho menos se ha asesinado a muchas personas.

Las ideas, para que sean buenas, han de ser factibles. El pensamiento mágico no es útil en la mesa del estratega. No se puede seguir esperando un levantamiento popular para cambiar las cosas, porque esa época ya ha pasado. No son tontos y ya se cuidarán de no comprimir tanto el muelle como para que vuelva a saltarles a la cara. Esa izquierda dogmática es como un médico que se empeña en que las recetas del pasado sirvan para hoy, sin darse cuenta que no es el mismo paciente el que está tendido. Hay que aprenderse los libros de medicina clásica e incluso podemos estudiar la farmacopea de Dioscórides, pero hay que abrir los ojos para analizar el mundo de hoy. Así lo hicieron los médicos de ayer. No hay que copiar las soluciones de Lenin, Trotsky, Liebknecht... hay que copiar su visión histórica, su valentía, inteligencia y determinación para darle un empujón al carro de la Historia.

Por lo tanto, ni la socialdemocracia ni la izquierda tradicionalista son capaces de aportar una solución. Luego son parte del problema.


Justificación:


Vamos a buscar soluciones. Todo sistema económico ha de sustentarse en valores, ha de tener una base ideológica. Las estructuras se cimentan en ideas, en principios.

Todo rico es ladrón o hijo de ladrón.

Este pensamiento, que es la base de lo que a continuación sigue, no es original de un guerrillero barbudo en la Sierra de la Candona, sino de un santo del siglo IV y padre de la Iglesia Católica: San Jerónimo.

La cantidad de riquezas que nos ofrece el mundo es limitada. Esta riqueza es valorada con el dinero, el cual existe también en una cantidad finita. El mundo pertenece a todos los seres humanos, y todos los seres humanos debieran beneficiarse por igual de lo que nos ofrece. Podemos escoger la escala: en un conjunto de individuos, si un individuo acapara riqueza, es a costa de menguar la riqueza del resto. Hay una tercera opción, en la que todos se enriquecen, aun no en la misma medida: robando riqueza de otro grupo (adquiriendo sus materias primas o mano de obra por mucho menos valor del que aportan, lo cual es robar, entendiendo por robo cuando no es un intercambio justo, equilibrado).

Estos intercambios de riqueza se anulan cuando cogemos como grupo de estudio la humanidad entera. En este caso, sí que es absoluto: el individuo o grupo que atesora riquezas lo hace a costa del expolio y explotación de otros individuos y sociedades.

Se puede argumentar que el desarrollo industrial aumenta la cantidad de bienes, por lo que es posible un enriquecimiento general, sin que nadie se haga más pobre. Pero la riqueza en curso es la misma, lo que cambia es la valoración de los bienes (ahora hay más ordenadores, que cuestan menos). El mérito es del progreso humano, no del capitalismo.

Como dije hace poco: la propiedad privada es un derecho, pero no un derecho absoluto. Por encima de ese derecho está el bien común y el derecho a llevar una vida digna de todos los ciudadanos. El derecho a no morir de hambre está por encima de cualquier otra consideración.

En verdad, la propiedad privada no es un derecho absoluto en ninguna sociedad. Todos los Estados tienen mecanismos de expropiación para aquellos terrenos que sean necesarios para una obra pública (bien común, como construir una autovía). Tampoco es reconocida toda propiedad privada, sino sólo aquella conseguida por medios lícitos: no se reconoce la propiedad del ladrón de bancos sobre su botín (ladrón-bancos-botín, el chiste es fácil).

Ahí está el quid de la cuestión: las posesiones de un rico no son legítimas, nadie se puede hacer rico trabajando.

Hay tres formas de ganar dinero: Vendiendo productos, vendiendo tu fuerza de trabajo, o sacando rendimiento a una inversión.

En tu trabajo recibes aquella cantidad de riqueza que compensa el valor que aportas al proceso de producción. Desde el empleado de limpieza de una empresa al gerente de la misma, aportan al proceso industrial (o agrícola, o extractivo, o de servicios) un trabajo necesario para la producción y que incrementa el valor de las materias primas al transformarse en productos elaborados. La industria, la agricultura, los servicios...crean valor a partir del trabajo de los empleados. Podemos decir que aquellos trabajadores más especializados (cuadros técnicos y gerencia) añaden más valor al producto y por lo tanto deben ser mejor retribuidos. El valor del trabajo lo marcará, también, el mercado. Pero el mercado no es ni libre ni sabio: puede ser falseado. Así, es frecuente en una empresa ver que los verdaderos creadores de un proyecto industrial (desde los ingenieros, técnicos y obreros) cobran menos que la dirección de la empresa, cuando muchas veces ésta no aporta nada esencial al proceso.

Entiendo que un trabajador especializado cobre conforme a su valía. Pero ningún trabajo justifica sueldos exorbitantes, pues no corresponde al valor de lo que aporta. Del producto del trabajo se puede vivir, con esfuerza y talento se puede vivir bien, pero no hacerse rico. Toda esta nueva nobleza económica que, siendo en lo intelectual unos mediocres y no pudiendo compararse su esfuerzo con el del más humilde trabajador de su empresa, son por lo tanto unos ladrones: cobran de SUS empresas, las que ellos dirigen, una cantidad abusiva y no proporcional al valor que aportan. Por lo tanto están robando a SUS empresas, a sus trabajadores y a la sociedad.


Un agricultor, un minero, un pescador o un artesano genera, con su trabajo, riqueza. Esta riqueza, antes, le pertenecía (si el barco, la tierra o la mina o el taller es suyo) y podía intercambiarla por dinero. Puedes, también, comprar productos que no has producido y venderlos a un precio más alto sin aportar valor intrínseco al producto: un tendero o cualquier otro intermediario. Su ganancia se justifica en que, aunque no aportan valor al producto aportan el servicio de poner a disposición del comprador el producto, servir de enlace entre la producción al mercado.

Vendiendo productos, de nuevo, se puede vivir, se puede vivir bien. Pero no hacerse rico. Quien es rico vendiendo cosas es o porque tiene mucho que vender, porque poseía mucho, lo cual es injusto (hijo de ladrón), o porque obtiene unas ganancias impropias de la venta, que no se corresponden con el servicio que desempeña como intermediario.

Un agricultor, que posee la tierra, que posee los árboles que les legaron sus padres, que asume el riesgo de una mala cosecha y el trabajo de cuidar del souto, de limpiarlo y aporta el trabajo (¡mis riñones!) de recoger las castañas, de clasificarlas, desechando las pequeñas o heridas, las vende al intermediario a 1€/Kg. Esa castaña, esa misma castaña, con el único valor añadido del transporte (que representa unos céntimos de euro por kilo) llega al mercado a 3€/Kg. Incluso en las grandes ciudades llegan a 5€/Kg. Lo mismo podemos decir de tomates, uva, patatas...o de la ropa y calzado confeccionado en China o Tailandia a bajísimo coste.

Que el trabajador se quede con el sudor y las ganancias sean para el intermediario es un robo, y quien así se enriquece, un ladrón. Triplicar el precio de un producto sin añadirle valor es un robo al productor que vende barato, y al consumidor que compra caro. Cualquier planteamiento económico de un estado que se dice social (qué poco caso hacemos a la Constitución) ha de puentear estos canales de parásitos y establecer relación directa entre el productor y el consumidor final, con obvio beneficio para ambos.


Por último, otra forma de enriquecerse es obteniendo ganancias de la inversión de un capital. La propiedad privada no es intrínsecamente mala y se puede considerar admisible y hasta saludable para la economía que haya personas que quieran obtener más dinero invirtiendo su dinero en empresas de mayor o menor riesgo. A estas alturas no podemos retraer la sociedad a tiempos en los que el préstamo con interés estaba mal visto. El logro de ganancias es la base de la actividad económica y es perfectamente legítimo obtener un rendimiento de tu capital. Con eso se puede vivir, vivir muy bien...pero no hacerse rico.

Quien obtiene grandes cantidades de sus inversiones, o es porque poseía un gran capital para invertir, lo cual es injusto (hijo de ladrón), o porque obtiene unos beneficios superiores a lo que sería esperable a cambio del riesgo soportado por esa inversión, muy por encima del precio del dinero (un ladrón). Al fin y al cabo, un inversor compra y vende dinero. Cuando el producto de esta transacción es excesivo, está robando al propio proceso productivo y, a la postre, a toda la sociedad.

Es importante dejar claro que la riqueza viene de la actividad productiva de toda la sociedad. Todo aquel que acumula riquezas lo hace a costa del esfuerzo de ésta, recibiendo más de lo que merece en justo pago por lo que aporta, y por lo tanto puede tratársele en justicia de ladrón.


Soluciones:

Ni me conformo con el sistema, ni considero viable destruirlo para implantar una economía dirigida (no es factible sin que los militares, siempre al servicio del poder, sacasen los tanques a la calle). Así pues, habrá que reformarlo. Lo que está claro es que hay que moverse, pues el conformismo con una situación de desequilibrio e injusticia nos hace cómplices de las tragedias que comporta.

Hay que pensar, que hablar...y que actuar. Si la política no aporta soluciones, no es política sino huera declamación. Se necesita querer cambiar las cosas, ayudar en el parto de un sistema más justo. Una nueva forma de relaciones económicas basadas en el equilibrio y la reciprocidad, que venga sin retraso pero sin premura. Que se vaya instalando en la sociedad como forma moralmente aceptable de la economía, dejando atrás como reprobables los injustos repartos de la tierra, del capital y del poder.

Si no nos conformamos con éste sistema, y no podemos arrancarlo de cuajo sin empezar una guerra, habremos de reformarlo.


El Estado y la economía:


Quizá el libre mercado pueda ser compatible con una economía al servicio de la sociedad. Para empezar, hay que reconocer las amenazas que desvirtúan ese libre mercado, siempre a favor de la acumulación de capital. Sólo los poderosos tienen fuerza para forzar el fiel de la balanza. Ha de ser el Estado el que corrija estas variaciones y restablezca el equilibrio. El papel del Estado es pues el de garante de la libertad de oportunidades de los ciudadanos, y de la justicia en las relaciones económicas entre ellos. Reconocer que la oferta y la demanda rara vez actúan libres de injerencias, es el primer paso para legitimar al Estado para que intervenga para restablecer su holgura. Imaginémonos que el libre mercado es una balanza que soporta unos rozamientos debido al tiempo, a la herrumbre... que le impiden llegar a equilibrarse. En vez de deificar la decisión del fiel de la balanza, se hace mejor servicio al libre mercado eliminando esas dificultades para que los dos platillos oscilen y se equilibren de forma natural:

Ésa es pues la misión del Estado: que poniendo un kilo de castañas en un platillo de la romana, el pilón marque su verdadero valor. En cuanto a los que trucan la balanza en su beneficio, a las leyes medievales me remito para castigarlos.

Sobre el libre mercado se han dicho muchas estupideces malintencionadas. Comparándolo con el sistema socialista, se dice que es el que aprovecha de forma óptima los recursos, esto es, es el sistema más eficiente. En modo alguno. Una economía planificada tiene como techo la máxima eficiencia de la producción. El límite de la eficiencia del libre mercado es la del beneficio de cada empresa.

Las economía socialista carga con el lastre, allá donde ha sido implantada, de la corrupción generalizada así como de la incompetencia de los que deben dirigirla. La economía de libre mercado es un sistema que se equilibra de forma natural, como la rueda de una bicicleta o las plumas de una flecha, ahorrando el trabajo de los que deben dirigirla. Pero ello a costa de bandazos que generan ineficiencia (una empresa que se arruina supone una enorme cantidad de recursos desaprovechados).

Un poder político que supervise los actores económicos puede redundar en una mayor eficacia, evitando duplicidades absurdas. Un ejemplo de empresa estatal que coordina las actividades económicas para el beneficio de todos sus agentes: Red Eléctrica Española. De no existir este control, y que cada eléctrica tuviera que desarrollar sus propias líneas, nos encontraríamos con un montón de tendido eléctrico infrautilizado cruzando los campos. Simplemente sería inabordable económicamente y la mayoría de las poblaciones medianas no tendrían siquiera suministro. El Estado como agente regulador de la economía es necesario.

Santificar el libre mercado, la libre actuación de las empresas y la nula injerencia del Estado en la vida económica es un absurdo, una utopía irrealizable que en aquellos casos en que ha intentado ser aplicado llevó al caos (recordemos el crack del 29). Si la economía planificada puede ser una realidad, más o menos difícil de construir; un mercado sin guardianes ni directores se convertiría pronto en una hecatombe. Así pues, los vendedores de humo e ilusiones no somos nosotros: son los neocon.

El papel del Estado en la vida económica es pues fundamental. Para salvaguardar la libertad de mercado, amenazada por el gran Capital. Para asegurar aquellos servicios que no son cubiertos por el libre mercado. Para racionalizar la vida económica optimizando los recursos, lo cual es provechoso para todos, empresas y usuarios.

Imaginemos dos empresas de transporte urbano luchando por captar los viajeros de la otra compañía. El doble de autobuses circulando por las calles, con la mitad de gente, con un billete el doble de caro para compensar la infrautilización. Eso no ocurre ni en EEUU. Imaginemos una gran ciudad que no tiene servicio de autobuses interurbanos porque esas líneas no son rentables: eso ocurre en EEUU. Ocurrió en Nueva Orleans. Quien no tenía vehículo particular tuvo que refugiarse en el Superdome. Podemos hablar de suministro eléctrico, de sanidad, de transportes, de educación...un Estado que deja los servicios básicos y estratégicos en manos de empresas privadas sin arrogarse algún tipo de control y autoridad, es conducido a la barbarie.

¿Libre mercado y Estado como garante? Si claro. ¿Cómo si no?


Roma:

La historia de Roma es tan grande, tan gloriosa y tan indigna, que todo acontecimiento actual tiene su precedente en ella.

Ya he comentado varias veces que la situación actual es similar a la que se dio a finales del Imperio, cuando los campesinos se arruinaron y tuvieron que ponerse bajo la protección de un terrateniente. Aunque la esclavitud por deudas era interpretada como un acontecimiento personal del cual era culpable el propio campesino, al ver en perspectiva el fenómeno podemos ver que las sucesivas devaluaciones, las carestías y la falta de confianza en el comercio, es decir, las circunstancias económicas ajenas al campesino lo condujeron a la semi-esclavitud.

Lo mismo hoy, con toda una generación hipotecada de por vida, es percibido como desgracias particulares. Cuando los bancos empiecen los desahucios, será según la letra de la ley. Sin embargo, no se entiende que es el propio sistema económico el que ha llevado a muchos ciudadanos a esa esclavitud por deudas de la cual no son, al menos no únicamente, responsables.

Este fenómeno fue y es, el inicio del feudalismo: trabajadores arruinados, que no tienen la propiedad de los medios de producción ni tan siquiera de la vivienda en la que habitan, cargados con inmensas deudas que necesitan el periodo de una vida para saldarlas. En estas condiciones no se puede hablar de ciudadanos libres.

Por suerte en Roma no está sólo el problema, también la solución. Se decía del emperador Vespasiano, hombre mordaz y un tanto cínico, que se jactaba de dejar engordar a ricos para después estrujarlos como esponjas. En vez de luchar contra la corrupción, dejaba que los cargos públicos se enriquecieran sin límite para luego procesarlos por delitos reales o figurados y revertir esas riquezas al erario público. Su método podía ser heterodoxo, pero era efectivo: volvió a abastecer las arcas del Estado, que la enésima guerra civil había esquilmado.


El ejemplo de Vespasiano:

Ésta es mi idea, y lo que yo propongo: en vez de impedir que los ricos se enriquezcan a costa del pueblo, dejemos que lo hagan, que lo hagan con ganas, que lo hagan de todas las formas posibles. Y luego, estrujémosles hasta la última gota. Es decir, en vez de poner puertas al mar, dejemos que los empresarios trabajen para nosotros, como nuestros recaudadores de impuestos: lo saben hacer bien, es su oficio, acumular dinero.

Luego, como el apicultor que recoge la miel, los vamos anualmente exprimiendo del dinero que les sobra y les dejamos con lo que necesiten para subsistir.

Este paralelismo es por la miel de las abejas, naturalmente. No es cosa de dejar a la Duquesa de Alba en pelota picada, basta con ir cada año, en cada ejercicio fiscal, reduciendo su patrimonio.

El mandato constitucional de redistribuir las riquezas ha de llevarse a cabo mediante políticas económicas. Y el instrumento más poderoso del que dispone el Ministerio de Economía es la política fiscal.

Hasta ahora, se han fiscalizado las ganancias, siendo el Impuesto sobre el Patrimonio extremadamente liviano (supone una pequeña parte de lo recaudado el grueso de lo recaudado corresponde a las rentas del trabajo). De esta forma, se castiga el ganar dinero. Yo propongo que los beneficios no sean fiscalizados, sino que se pague al erario público por las posesiones.

No es malo ganar dinero: lo malo es acumularlo. El sistema actual bendice el injusto reparto de la riqueza heredado del régimen franquista, y podemos seguir buscando los orígenes de algunas fortunas hasta antes de que existiera España (aquí nunca hubo una revolución). El sistema que yo propongo, gravando el capital sea en forma de dinero sea en propiedades inmuebles, obliga al capitalista a reinvertir en la empresa sus ganancias, en vez de acumularlas. Mientras los beneficios de la actividad económica sean reinvertidos en mejorar la eficiencia del proceso (investigación, mejoras salariales y de condiciones de trabajo, formación, nuevos equipos, aumento de plantilla...) el Estado no le meterá mano. En cuanto intente convertir el crecimiento de su empresa en dinero contante y sonante, el Estado pasará a recoger su parte.

Si estamos de acuerdo en que todo rico es ladrón o hijo de ladrón, no tiene nada de extraño que el rico pague su diezmo para purgar sus pecados para con la sociedad a la cual ha robado. Es más, podemos ser generosos y dejarle quedarse con parte de lo robado...aquella parte que le corresponde por el esfuerzo de recaudar fondos para el Estado, quitándoselos a los trabajadores y consumidores.

De esta forma, volvería a lo sociedad lo que sin duda le pertenece. Pues suyo es el esfuerzo y suyo es el país, suyas han de ser las riquezas. Al capitalista le quedaría sólo lo que le corresponde.

Que puede ser mucho, lo suficiente para llevar una vida holgada, pero nunca demasiado. Pues con demasiado dinero sólo conduce al despilfarro (yates, absurdos coches de lujo, enormes chales...), que al lado de la necesidad del vecino resulta inmoral. Uno despilfarra el dinero que al otro le falta.

Otro motivo de trasquilar periódicamente al ladrón es para que no acumule demasiada lana, pase calor, y deje de interesarse en producir más lana al año siguiente: lo hacemos por su propia salud. Con demasiado dinero hasta el ciudadano más recto se convierte en un degenerado. Si es un vicioso avaro que no puede autoimponerse la austeridad, el Estado habrá de imponérsela por él, en su beneficio y en el de todos.

Y por último, al impedir que medre la bestia, impedimos que se vuelva peligrosa. Si con el dinero se gana poder, no puede haber democracia mientras existan unas pocas fortunas que puedan desvirtuar el deseo de la mayoría. Grandes acumulaciones de dinero son una fuente de poder ajeno al control de la ciudadanía y, por lo tanto, ilegítimo.

Si seguimos con la Teoría Gravitacional aplicada al dinero, es natural que dos capitales se atraigan, pero cuando uno de ellos es muy pequeño y el otro descomunalmente grande, en vez de existir en equilibrio como la tierra y la Luna, uno es atraído por el otro como la manzana por la inmensidad de la tierra. Todo tiende a ella sin devolver nada a cambio. Si no se controla, surge el equivalente económico a lo que en astrofísica es el fenómeno más destructivo: un agujero negro o punto de gravedad infinita, que engulle hasta la luz sin dejar que nada escape de su estómago.


Impuesto sobre el Patrimonio:

Para evitar estos desequilibrios que son incompatibles con un sistema democrático, hay que crear un sistema fiscal que actúe como un resorte, que ejerza resistencia a las desigualdades y tienda a devolver al ciudadano a una posición de equilibrio.



Sea el equilibrio (el muelle no ejerce oposición) aquella posición económica intermedia en la que el ciudadano vive con holgura. Por los méritos y deméritos, por el esfuerzo o simplemente por el azar, el capital de cada persona es natural que se desplace de esa posición que hemos considerado de forma convencional como intermedia. Si ha ganado más dinero del que necesita y empieza a producirse una indeseable acumulación de capital, el resorte que es el Impuesto sobre el Patrimonio tenderá a devolverle, suavemente, a la posición inicial. Cuanto más fuertemente se aparte de este punto de equilibrio, mayor será la fuerza del muelle (F=K*x) que le frenará en su enriquecimiento. De igual forma, el Estado intentará que aquel que por desgracia no sea capaz de mantener su nivel normal, de recuperárselo para que pueda llevar una vida digna.

De esta forma, se amortiguan los posibles enriquecimientos rápidos o golpes de mala suerte. De todas formas, cuando la tendencia al enriquecimiento o a la miseria de un ciudadano sea mantenida en el tiempo, verá premiadas (o castigado) sus capacidades (o por la falta de ellas) con un desplazamiento del punto intermedio en uno u otro sentido. El nuevo punto de equilibrio tendrá lugar cuando la fuerza con la que tiende a enriquecerse (o empobrecerse) el ciudadano se iguale con la fuerza con la que el Estado tiende a devolverlo a la posición intermedia.

Seguiría siendo una sociedad en la que habría ciudadanos con más o menos dinero, según los méritos de cada uno. Pero no lo que existiría sería el despilfarro y la miseria, ambas caras de una misma moneda, intolerable en una sociedad democrática.

La ventaja de este sistema sobre el sistema fiscal actual es obvia: no asume la injusta distribución de capital actual. Antes ejemplifiqué el sistema en dos individuos que partían de la situación intermedia. Pero en el caso de que el contribuyente esté en una situación de fuerte desequilibrio inicial (tanto de riqueza como de pobreza), al considerar el patrimonio y no las ganancias, el sistema fiscal le iría devolviendo, paulatinamente (para que no salgan los carros de combate a la calle), a la situación intermedia o, al menos, al punto de equilibrio en el que se enriqueciera a la misma velocidad que el Estado le despoja de sus riquezas.

En el caso de extrema pobreza, sería interesante que se articularan medidas para que no fuera símplemente entregarle un cheque a fin de mes, sino invertir en ese ciudadano para procurar corregir su tendencia a empobrecerse de forma notable (formación, cuidados médicos..., no se trata de darle dinero a un alcohólico para que se lo siga gastando en más vino).

Así, el Estado establecería cual es el punto de referencia o intermedio a partir del cual se cuentan las desigualdades, así como la constante de proporcionalidad del muelle (K) que sería la que en la práctica determinaría los niveles de lujo y pobreza máximos. Recuerdo que los muelles pueden tener leyes de proporcionalidad no sólo lineales, sino cuadráticas, exponenciales...


Este es un sistema justo, devolviendo a la sociedad lo que el ladrón le ha quitado y dejando al ladrón sólo con lo que le corresponde. Una de las misiones del Estado es hacer Justicia, y una forma es reparar al que ha sido robado.


Dificultades:

¿Problemas? Muchos, pero no insolubles.

Lo primero que podemos pensar es que si se les dice a los ricos que se les va a trasquilar saquen los carros a la calle (sé que soy redundante con ésto, y quiero serlo, hay carros de combate de muchas clases, también mediáticos). Por eso, ese proceso debe ser, primero, muy popular. Tiene que ser una idea ilusionante, que reúna un enorme consenso, mejor si es respaldada por una Constitución. Y segundo, un proceso lento. Yo me conformo con que en medio siglo, los mayores terratenientes de España, la casa de Alba, pase a ser ciudadanos comunes.

Lo segundo, es que provocaremos una tremenda evasión de capitales a países que sí que admitan como legítimas las riquezas. Ésa es la Espada de Damocles que pende sobre cualquier intento de democratizar la vida económica de un país, la permanente amenaza con la que el capitalismo trata de doblegar la voluntad del Estado (si la hubiera), ante la perspectiva de empresas descapitalizadas echando el cierre, colapso económico y paro generalizado.

La solución es bien fácil: impermeabilizar las fronteras a cualquier tráfico de capitales no fiscalizado, al menos con la misma efectividad con que la policía opera en el caso de la entrada de drogas.

Si se tiene verdadera voluntad, con los medios de los que dispone la Administración Tributaria no es fácil disimular la evasión de capitales. Los ricos que quieran escapar podrán hacerlo, pero no con su botín, que será devuelto a la sociedad.

Por supuesto que sería interesante que tales medidas fueran aplicadas en un contexto amplio, pongamos el europeo. Con una política fiscal común, los capitales podrían moverse entre los estados miembros pero nunca evadirse a paraísos fiscales .


Cooperativismo:

Toda la presión fiscal debe ser soportada por las personas físicas. No veo el porqué debería pagar una empresa al estado por sus ganancias. El objeto de una empresa es ganar dinero, está bien que así sea, ésa es su razón de ser y no hay que castigarla. Excepto en el caso de empresas de un tamaño tal que rivalizan en poder con el Estado, y pueden amenazar la independencia de las instituciones democráticas, no veo la necesidad de gravar los beneficios empresariales.

Y ni tan siquiera en las grandes transnacionales. Mejor que eso, bastaría con obligar a las empresas de un determinado tamaño a estar participadas con dinero público y que se sentasen por lo tanto representantes del Estado en sus consejos de administración.

Con una fiscalidad que grave todas los movimientos de capitales fuera del Estado, y la anteriormente propuesta medida del Impuesto sobre el Patrimonio que impidiese convertir activos financieros de la empresa en beneficios personales, por el resto pueden las empresas dedicarse como mejor les convenga a su objeto de ser: ganar dinero.


Las empresas son de los accionistas, generalmente grandes conglomerados empresariales y financieros. Ahí está el segundo gran punto sobre el que hay que actuar: devolver al trabajador la propiedad de los medios de producción. Pero esto no se puede hacer de la noche a la mañana, y de nuevo vuelvo a hablar de ruido de sables.

De nuevo es mejor hacerlo a largo plazo, obligando a las empresas a pagar parte de los salarios en participaciones (acciones y otra forma de propiedad). Poco a poco, los trabajadores se irán convirtiendo, de forma colectiva, en los propietarios de la empresa. De esta forma, tomarán mejor control sobre su trabajo, su medio de vida y sus vidas.

El horizonte temporal puede estar perfectamente en los diez lustros, para que una gran empresa pase a estar controlada por los trabajadores. En empresas pequeñas en que la mano de obra es significativa respecto del capital, en una década podrían tener la mayoría de las participaciones en el negocio.

Esta toma de poder progresiva permitiría a los trabajadores irse familiarizando con las responsabilidades de una forma de gobierno colegiada. El cooperativismo sería desarrollado mediante la promulgación de leyes y el apoyo del gobierno a un modelo de empresa democrático.

Es importante que las primeras empresas socializadas funcionen no sólo bien, sino mejor que antes. No se pueden permitir errores como los que ocurrieron en la revolución de los claveles, en que grandes latifundios en manos de los trabajadores acabaron arruinados por la inexperiencia en la gestión, y de nuevo fueron adquiridos por los mismos u otros terratenientes a precios bajísimos. La dirección técnica de las empresas deberá estar en manos de profesionales, nombrados y supervisados por el consejo de trabajadores-propietarios.

Con trabajadores trabajando en su propio beneficio, el clima laboral y la satisfacción personal mejorarían muchísimo, aumentando la productividad de la empresa.

Ejemplos de cooperativas que funcionan, crean riqueza y la crean en beneficio de los trabajadores los hay a patadas (Coren, grupo Mondragón...)

Siempre quedarán sectores industriales o financieros, en los que el capital aportado por los trabajadores no sea suficiente para desarrollar la actividad (telecomunicaciones, eléctricas, bancos...). No hay inconveniente, más bien al contrario, en recabar por un lado el apoyo de dinero público, como antes mencioné, y por el otro de inversionistas privados.

El potencial de crecimiento de unas empresas que no son sangradas por el fisco es tan grande que pueden resultar muy apetecibles para la entrada de capital extranjero. La revalorización de su inversión compensaría la dura fiscalidad que soportarían cuando quisieran de nuevo recuperarlo. El mantener contentos a los inversores es absolutamente necesario para que cualquier estrategia económica triunfe. Sin su confianza, en unos días puedes encontrar un país en bancarrota y pidiendo la cabeza del culpable.


Conclusión:

Tanto el impuesto-muelle sobre el patrimonio, como la remuneración en participaciones de la empresa, son ideas ilusionantes y a la vez realizables que pueden llevar a un horizonte en que la distribución de la riqueza sea más justa.

La Reforma Agraria y la propiedad colectiva de los medios de producción, es decir, la destrucción del capitalismo pero no de un sólo golpe, sino como meta de un proceso en el que los ciudadanos irán haciéndose con el control de la vida económica del país, la cual por su trabajo siempre les ha pertenecido.
No sólo es una distribución de la riqueza en un momento puntual, para iniciar otro ciclo de concentración de la riqueza, son un par de medidas que impiden la creación de fortunas personales en el futuro, y por lo tanto nuevos grupos de poder que atenten contra la democracia.

9 comentarios:

wenmusic dijo...

¡Madre de Dios! Voy por la mitad del post... Es interesantísimo y vas reflejando muy bien todo, pero es extenso. Pero lo acabaré, está muy bien. Hace tiempo que pienso parecido, pero no es fácil de expresar tan claramente.

Anónimo dijo...

1º.-Eres un hipocrita: predicas el intervencionismo como barrera para proteger a los ciudadanos del empobrecimiento a manos del rico y luego pasas a decir que hay que dejar que los ricos se hagan mas ricos para luego exprimirlos. Según tu tesis decir eso es lo mismo que decir...dejad que los asesinos maten porque ya los meteremos en el caldero cuando nos apetezca. Sacas de quicio las cosas, las cosas no son rojas o azulonas, hay un arco iris...a ver si te enteras. Tu postura es la tipica del funcionario envidioso cuya unica opción consiste en la busqueda del poder (porque de la riqueza no sabe), del poder "recaudatorio" cuya justificación es la que apuntas muy claramente: dejemos engordar para luego extraer la grasa. Hablemos claro: es la politica del sacamantecas.
El problema de esta politica se llama "corrupción"...¿a donde van a parar los impuestos que se reacudan hoy y aqui o alli? En todo el mundo hay mendigos, gente que pasa hambre, gente que vive en la miseria. Con lo que se recauda en un estado normal bastaria para cubrir las necesidades básicas. El problema no es que exista gente rica, el problema es que el Estado no sabe que hacer con la pasta y tampoco sabe por que sumideros negros desaparece. No se trata de exprimir fiscalmente segun la teoria del muelle sino de racionalizar lo recaudado. Nosotros no tenemos la culpa de que el Estado sea un agujero negro (usando la teoria gravitacional que tanto te gusta), la culpa es de los funcionarios estatales que administran NUESTRO DINERO GANADO SEGUN LAS LEYES VIGENTES, es decir, licitamente ganado.
2º.- Tu desconocimiento de la realidad llega hasta tal punto que te atreves incluso a sugerir que sea el estado quien decida el tamaño de las empresas!. Manda huevos. Cuando tu dices "...que los ciudadanos iran haciendose con el control de la vida economica" yo estoy leyendo "...que el estado irá haciendose con el control de la vida economica". Es decir, tu propones una sociedad sub-capitalista con un Estado cuyo poder es infinito.

El articulo está bien y es muy consecuente pero, segun mi vision, forma un conjunto de paparruchas de rata de biblioteca bien adornadas.

Anónimo dijo...

Y te voy a dar un ejemplo de cual es la eficacia del Estado, de cualquier estado...es el bajisimo rendimiento y escaso margen de beneficios que obtiene cualquier empresa pública.
¿Que clase de gilopollas va a poner todos sus huevos en la cesta del Estado?
Te voy otra cosita, que tal vez en tu ignorancia de rata gris de bibliotecas economicas ignoras, se llama DINERO NEGRO y es el verdadero motor de esta economia hipocrita...si no existiese la defraudacion al fisco las empresas no podrian funcionar hoy, dia 26 de julio del año 2007. ¿sabes por qué sucede esto? porque en las altas esferas del Estado existen muchos funcionarios "intrepidos" que piensan como tú, esa curiosa ideologia entre marxista y ilustrada de "todo para el pueblo pero sin el pueblo" y "La Casa vuelve a ganar de nuevo...hagan juego caballeros".
Asi que ese es el adelanto de tu hipotetica politica correctora...la masiva circulacion de capitales al margen del control del Estado.
Estoy harto de escuchar lecciones magistrales sobre macro economia de aquellos que no saben como ganar un puto euro.

Mendiño dijo...

¿?¿?¿?

¿Ya te has cansado de decir botaratadas?

¿Has parado a pensar que los países con mayor presión fiscal (Dinamarca, Suecia, Francia, Alemania...) son precisamente los países menos corruptos?

ÑIAAAAA. ERROR.

¿Sabías que Enel, la empresa que ha lanzado una OPA sobre la privatizada ENDESA, está participada por el Estado Italiano? ¿Seguro que la privatización es sinónimo de rentabilidad?

Eso de que la empresa pública es deficitaria es un bulo inventado por los neocon para desvestir al Estado y quedarse con los restos.

Esa gran mentira tan cacareada por cierto miserable bigotudo llevó a España a la pérdida de la soberanía energética. Sería menos traidor, menos peligroso para la seguridad nacional el que propusiera privatizar el ejército.

Te pondré un caso extremo, que seguro reconoces: en plena socialismo de guerra estalinista, con todos los medios de producción en manos del Estado Soviético, salían más carros de sus cadenas de producción que del resto del mundo juntos. Los mejores carros de la contienda, los KV1, los T34...

Mientras tanto, la liberal Inglaterra segía produciendo engendros y absurdos totalmente ineficaces.

El interés de las empresas soviéticas era ganar la guerra (el bien común), el interés de las segundas: ganar dinero (el bién de los accionistas).


Un saludo desde mi madriguera en la biblioteca.

:P

Mendiño dijo...

Wen, me alegro que te haya interesado, compi.

La verdad, cuando lo escribía no pensaba que lo fuera a leer nadie. No soy ni mucho menos un economista, pero sí que tengo sinceras ganas de cambiar las cosas a algo mejor, más justo.

Me jode que los que saben no propongan nada nuevo, como si no hubiera más sistema que el que tenemos. Y eso es una burrada. Se pueden hacer las cosas de mil formas distintas, lo principal es tener voluntad.

El problema es que los que realmente gobiernan están a gusto con este sistema, y no tienen ningún interés en cambiarlo.

No basta con estar en contra del sistema neoliberal, hay que aportar alternativas. Y eso es lo que NO veo en la izquierda: ideas. Tenemos la obligación de, a la vez que repudiamos el sistema capitalista, ofrecer a los ciudadanos un modelo económico alternativo, más justo y a la par, más eficiente.

Yo creo que es posible. Yo no soy economista, sino ingeniero. Igual que sé que hay otra forma de construir automóviles, más racional y funcional. Otros modelos energéticos, más eficientes, otros modelos de urbanismo, de ordenación territorial...

También creo que hay otra forma de democracia, de representatividad directa y plena, más participativa. Y también hay, la historia nos lo demuestra, otros sistemas económicos.

Siempre hay otro camino, el caso es encontrarlo, desbrozarlo, recorrerlo por primera vez.

Eso significa revolución.

wenmusic dijo...

El gran problema no es que a los grandes beneficiados del Capitalismo no les interese cambiar la situación. El Gran Problema es que los que vivimos de las migajas estamos demasiado acomodados en este sistema. No hay peor esclavitud que la que es remunerada, pues es difícil que la gente se levante y proteste. Atrás quedó el tiempo de las dictaduras autoritarias. Esto da mucho mas beneficio a los que mandan (que son los empresarios, accionistas, etc.) y a los políticos (que son sus marionetas).
Pan et circus, y tirando pa'lante.
El problema de este sistema desfasado y descompensado es que para que menos de medio mundo viva "bien" el resto se muere de hembre, vive explotado y se endeuda cada vez más sin culpa alguna. Quienes realmente gobiernan son instituciones NO democráticas, el FMI (Fondo Monetario Internacional) y el BM (Banco Mundial). Solo hace falta buscar un poco de información acerca de estas instituciones para ver como está montado este tinglado.
Uno se da cuenta de que los Gobiernos hoy en día no tienen valor ni capacidad de decisión. Lo Público no tendría por qué dar pérdidas, igual que lo privado. Un ejemplo de lo más claro es Telefónica. Todos los españoles han pagado su infraestructura cuando era una empresa pública. El señor Aznar la privatizó y no tuvo a bien dejar que la infraestructura (que los españoles pagaron) siguiera siendo del estado, para que todas las empresas de comunicaciones la explotaran en igualdad de condiciones. Consecuencia: España es uno de los países más atrasados en penetración de Internet, con las tarifas más caras y las velocidades más ridículas. Y Telefónica mantiene una especie de monopolio.

Anónimo dijo...

A lo largo de la historia, los esclavos a menudo han visto remunerado su trabajo, y tenían derecho a poseer pequeñas cantidades e incluso a pagar con ellas al cabo de los años su manumisión (hipotecaaaaaaa).

Esclavo no es el que trabaja gratis, sino el que no tiene el control de su vida.

Muy de acuerdo contigo, Wen. Sobre todo en el símil de las migajas. Pero las migajas crecen en progresión aritmética y las deudas, en progresión geométrica.

Veremos hasta qué punto está domesticada la gente, cuando la soga empiece a apretar...

JOSE-MARIA dijo...

Pues sí, esto es hablar claro. Muchas gracias.

Marcos Loredesno dijo...

No tiene desperdicio. Gracias por el análisis y la redacción.