España no existe
Bueno, el Estado Español es evidente que existe. Es una entidad administrativa, con sus órganos de gobierno, sus subdivisiones y sus funcionarios que para él trabajan. Salvando el tamaño, no es en su esencia diferente a una comunidad de vecinos.
Pero España no es un país, esto es, los límites de ese Estado (como los de casi todos) están configurados a base de cañonazos, no por la razón. España no es un país pues no existe un pueblo español con una misma cultura, una misma lengua, unas mismas tradiciones. Se intentó durante siglos armonizar a todos los pueblos haciéndolos converger en la cultura del pueblo dominante: el castellano. Esto no es culpa de Castilla: si hubieran tenido mayor peso las huestes del reino de León en tiempos de Fernando III (el Santo) ahora los presentadores de la TVE hablarían en algo parecido a un gallego diluído en bable: el leonés, ya prácticamente desaparecido.
España no es un país pues no es ni étnica ni sociológicamente homogéneo. Sus fronteras cambiantes han ido menguando desde hace 450 años, ante la incapacidad del Siempre Victorioso Ejército Español de defenderlas; glorioso ejército que lleva siglos perdiendo todas las guerras en las que se involucra, todas menos una, la que le enfrentó a la sociedad civil (parece que sólo es efectivo cuando se trata de matar españoles).
España no es un país. Galicia, León, Asturias (puede que los tres el mismo pueblo), Euskal Herría, Païsós Catalans, Andalucía sí que lo son, pues poseen una cultura propia. Ahora, esto no conduce necesariamente a que deban ser estados independientes. Así como un Estado es una entidad administrativa de límites exactos, un país es una realidad sociológica. No son diferentes, sino que son realidades de naturaleza diferente. Pueden, pero no necesariamente, ser coincidentes. Los límites de los países son ténues, ya que la cultura no se impone por decreto, sino que tiene afán de universalidad, expandiéndose a regiones limítrofes y “contaminándolas”. Así, en la población encontramos a veces una gradación de culturas que hacen que el mapa de los países no sea un damero compartimentado, sino un campo multicoor de fronteras difuminadas. País es un concepto vago que a pié a múltiples discusiones, ninguna terminante, y que no casa bien con los intereses de los gobernantes, que quieren sojuzgar en el determinismo a sus súbditos.
País es pues un concepto etno-sociológico que debiera evitar ser metido en política, al menos en la política sucia y barriobajera de los políticos.
Podría discutirse si la fórmula más propia de los Estados es aquella que responde a los límites de las culturas, para relacionar a poblaciones homogéneas, con unos intereses comunes. Parece lógico que la estructura administrativa sea un reflejo de la realidad social, como parece deseable que a la hora de constituir comunidad de vecinos, la formen los vecinos de un mismo edificio (una comunidad de intereses comunes con un reflejo en la realidad). Parece más lógico ésto, que no una comunidad de vecinos formada por el número 37, los del 1º del número 39, y el quinto derecha del 35.
Esto es más o menos lo que es España, y a la postre son todos los Estados, creados, como dije, a cañonazos. La frontera que hace que dos vascos vivan en Estados diferentes, y que les liga a pueblos tan diferentes como el andaluz o el corso no deja de ser un absurdo. Cualquier frontera es absurda, unas más que otras, si extendemos su significado más allá de mero límite administrativo. Una frontera es una invención del ser humano, una línea gruesa en un mapa que, a diferencia de las líneas hipsométricas, de los trazados de sendas y caminos, de las azules discontínuas de los torrentes, no tiene reflejo en la realidad. La realidad no tiene fronteras.
España no existe (Francia tampoco). Galicia, Euskal Herría o Bretaña sí. Sin embargo no existen ni gallegos, ni vascos ni bretones.
Los personas estamos por encima no sólo de los Estados, que creamos para servirnos (igual que las comunidades de vecinos), también superamos los límites de los países pues nuestro conocimiento supera con mucho los límites de la cultura de nuestro pueblo para hacer nuestra la cultura de otros pueblos. Y por encima de todo ello, la cultura universal del ser humano, que es la ciencia, que realiza afirmaciones válidas para todos los pueblos en todas las épocas. Es la ciencia, y no la religión, la que con el arte tiene validez universal.
Así, soy castellano porque suya es la lengua en la que pienso, gallego por mi decisión de vivir en esta tierra, portugués cuando uso esa lengua que me es tan próxima, ruso cuando leo a Tolstoi, mapuche cuando me indigno por la rapacidad de Endesa, bereber cuando me sueño en el mar de arena...y humano cuando amo y pienso, cuando beso y cuando empleo las matemáticas para resolver una ecuación diferencial.
No existen españoles porque no existe España. Existe Euskadi, sin embargo, no existen vascos. De existir un vasco, quiero decir, un indivíduo que sólo poseyera el acervo cultural vasco, éste sería lo más parecido a un cromagnon. Hace milenios que empezaron los intercambios culturales y cada persona dejó de estar sólidamente unida a su tribu por cultura, lengua y religión. Pensamos ideas de otros pueblos, la mayoría universales; hablamos en diferentes lenguas y rezamos a dioses que nos trajeron otros pueblos (con hasta ahora, idéntico resultado). Esto nos ha permitido salir de las cavernas y autodeterminarnos (esto es, buscar nuestra esencia en el propio individuo, y no en relación al grupo).
Esto no niega la existencia de pueblos. No todo es una amalgama uniforme (o informe) de culturas, y es más, no me gustaría que así fuera. Sobre esa diversidad del individuo, en relación a los demás, se obtiene aquel poso cultural que poseen en común. La cultura de un pueblo es aquello que tienen en común individuos de inquietudes culturales diversas.
Sería interesante que los diccionarios deslindases los campos semánticos de todos estos términos, para poder hablar con propiedad y descubrir con facilidad a los tramposos de la palabra, que juegan con la ambigüedad de un instrumento imperfecto para someter al hombre y conducirlo a la barbarie de la guerra. Pero la Real Academia no es precisamente un convento de vestales, cada cual tiene sus intereses en mantener la confusión.
Si ya he separado la madeja con Estado y país, seguiré con mi labor, que ya sólo me quedan dos. Vamos allá.
Nación es un país que se reconoce como tal y logra la soberanía. Esto es, nación es todo pueblo autogobernado (democrático) cuyos límites intentan seguir los de un pueblo. Existen escasos ejemplos en el mundo de naciones. Curiosamente asociados a islas o penínsulas, en las que los impedimentos físicos (el mar) fueron los que determinaron un pueblo de cultura diferenciada y un Estado defendible ante agresiones externas. Por ejemplo: Japón, Irlanda, Dinamarca...
Por contra, la mayoría de los pueblos están divididos entre varios estados por azares de la historia (el pueblo kurdo, el armenio, el vasco...), y de la misma forma, los estados no sólo separan pueblos sino que también coaligan esos trozos con otros (por ejemplo, España, claro). Las fronteras son un convencionalismo que será absurdo en aquella medida en la que se quieran inferir consecuencias más allá de su utilidad administrativa.
¿Y Patria? ¿Qué es Patria? Patria es el nombre que recibe el estado cuando se apresta a matar.
Así pues, España...puede seguir existiendo como Estado, mientras sirva a nuestros intereses. Puede ser modificado o destruído cuando creamos que otra organización puede servirlos mejor. Sería interesante para su supervivencia que no se intentara imponer el modelo de Castilla sobre el de los restantes pueblos que componen ese Estado pero entiendo que las inercias creadas son difíciles de reconducir. España nació hace 500 años de un católico matrimonio sin amor, España llegó a ocupar medio mundo. Las tierras que han sido España no son las tierras que hoy la conforman, y quién sabe a qué pedazo de tierra se le dará el nombre de España mañana. España puede tirarse al baúl de los trastos viejos cuando deje de sernos útil, y no se habrá perdido nada en el proceso, pues ese invento nos ha salido a los habitantes de estas tierras harto caro en sangre y miserias.
Y Galicia...existe, es indudable. Existe el idioma gallego con toda su diversidad, existen unas tradiciones comunes, una idiosincrasia que permite hablar de una entidad sociológica diferenciada de las que la rodean. Mientras estas especulaciones de académicos no se conviertan en determinismos que limiten la libertad del ciudadano, pueden seguir con su labor de preservar esa cultura y rescatarla de siglos de imposición castellana de modelos culturales.
Pero el ciudadano está por encima de los rígidos límites del Estado, trazados a tiralíneas; y de los difusos del país, conformados por siglos de evolución de cultural. En un caso es una creación humana más o menos arbitraria. En el otro el reconocimiento de una realidad étnica. Pero a nada obligan, de su existencia no se desprende poder alguno.
Yo no debo nada
ni a Dios ni al Gobierno
por haber nacido
por el coño de mi madre.
(de nuevo, Evaristo dixit)