Cuando Corbacho dice que "el mercado laboral español no aguanta más inmigrantes" o "inmigrantes, los que hagan falta, pero con contrato de trabajo", está formulando el archiconocido slogan de la ultraderecha "Los españoles primero".
Aunque no se atreva a expresarlo en estos términos tan reconocibles, es evidente que para el Ministro de Trabajo los inmigrantes están para rellenar los puestos de trabajo que no quieran ocupar los españoles. Tratados como simple mano de obra necesaria para el bien de la economía española, cuando dejan de ser necesarios basta con cerrar el grifo y dejar de importar fuerza de trabajo, como dejamos de importar cualquier otra mercancía de la que hay suficientes reservas. El hombre como objeto, esclavismo moderno.
Este discurso es decididamente popular, especialmente entre los que tienen la nacionalidad española (recordemos, también los nietos de los que salieron hace 100 años de España, siguen teniendo en sus venas sangre española). Aún sería más popular si dijera que somos los españoles una raza superior, y que por ello es justo que sojuzguemos al resto de naciones. No sería la primera vez.
Corbacho y el resto de los que conciben el Estado español como una comunidad racial, deberían dar las gracias a los inmigrantes que han permitido con su trabajo el enorme crecimiento de la economía española de la última década. Reconocer que, sin ellos, hubiera sido imposible.
Pero no sólo el inmigrante que deja su pueblo en Marruecos, en Ecuador, en Portugal. También el que deja a su familia en Ourense, en Badajoz, en Huesca para ir a trabajar a la gran ciudad.
Un marroquí que trabaje en Sevilla puede estar más cerca de su tierra y su familia que un gallego que marche a trabajar a Barcelona. No se nos olvide que el inmigrante interior, también es un inmigrante. También sale de su país para buscar un futuro, unas oportunidades que desgraciadamente su tierra no le puede ofrecer.
Así pues, a todos los inmigrantes, interiores o exteriores, le debe la economía española su pretérita bonanza. Por dos motivos:
1.- El evidente. Por haber aportado su fuerza de trabajo, por haberse dejado explotar con la docilidad que reclaman empresarios y sindicatos.
2.- El normalmente silenciado. Siendo, por lo general, gente de menor cultura económica, los inmigrantes de aquí y de acullá han contribuido a la orgía especulativa del sector del ladrillo. Muchos inmigrantes incautos han prestado oídos a los cantos de sirena de bancos y constructoras "es la mejor inversión", "la vivienda nunca baja", "alquilar es tirar el dinero" y se dejaron entrampar, poniendo su rúbrica sobre un contrato que era su condena a cadena a perpetuidad.
Ahora, miles de inmigrantes (de aquí y de allá) están endeudados hasta las cejas, viendo con pavor (y no es licencia poética) como su contrato de trabajo pende de un hilo, cuando no llevan en el paro ya unos meses.
Los que resistieron a endeudarse de por vida, son ahora más libres para dejarse llevar por el viento adonde les parezca mejor. Pero los que creyeron la falacia capitalista del crecimiento perpetuo y picaron el anzuelo, ahora viven atados a una hipoteca que hace de bola de presidiario.
Podrían venderla y subrogar la hipoteca, pero como el valor en mercado es menor al principal que llevan pagado, aún tendrían que, además de perder su piso, dar dinero a cambio. No pudiendo venderlo, les saldría más a cuenta salir corriendo y marcharse a su país (siempre que su país no pertenezca al Estado español o a la Unión Europea), dejando atrás casa y deuda.
Pero entonces, habrían estado años trabajando en España para entregárselo a un banco y a una constructora. Habrían venido a España a trabajar gratis, en definitiva. Los inmigrantes exteriores habrán sufrido, pues, una doble explotación: como trabajadores y como hipotecados.
Lo poco que hayan ganado con su trabajo lo habrán perdido invirtiendo en vivienda. La gran estafa, el timo de la estampita con el que nos hemos aprovechado del débil: la población inmigrante. ¿Los beneficiarios? En general, el sistema español, que ha importado mano de obra a coste cero; en particular, bancos, constructoras y todos los españoles propietarios que han visto como el patrimonio familiar se multiplicaba con el alza de los precios de venta y alquiler de la vivienda.
E insisto: dichosos los inmigrantes que pueden volver a su casa en otro Estado, dejando que el banco se quede un piso que vale mucho menos que lo que queda por pagar de la hipoteca, allá se lo coma. Porque al desgraciado que venga de un pueblo de León y se haya comprado su zulito en Parla, no le queda más que apechugar, pues está atado de por vida a su cubículo de ladrillo. Y rezar para poder encontrar trabajo antes de que se acabe su prestación. Porque a diferencia de EEUU, en España una hipoteca no sólo se resuelve con la confiscación del bien hipotecado, sino que el juez te puede embargar tu salario hasta que el banco considere saldada la deuda.
Por eso el sistema bancario español es tan sólido.
¿Creíais que EEUU era la Meca del capitalismo? ¡Joas! En España la máxima de "la banca siempre gana" no sólo es cierta en las mesas de juego.
23 de febrero de 2009
La trampa
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios:
Es la máxima capitalista ¿no? Utilizar todos los recursos para incrementar los beneficios. Y el departamento de personal de las empresas pasó a llamarse de recursos humanos. Si joden a "los nacionales" que se supone estamos dotados de derechos ¡que no son capaces de hacer con a quien no le asiste derecho alguno!
Y lo que cala esto entre la gente, es increíble... Sobre todo entre ex emigrantes aquí en Galicia, como tantas veces tengo visto... Qué pronto se olvidan ciertas cosas...
Da gusto leer un análisis marxista sobre un problema social. Suena obvio, pero suena extraño.
Publicar un comentario